Cada año, en estas fechas, a la vuelta del periodo de las vacaciones, los estudiantes de nuestra escuela de kabbalah siempre esperan que las primeras palabras del instructor –aparte de la bienvenida– sean la presentación del nuevo programa de estudios y actividades para el naciente ciclo. La lógica expectativa de actividades atractivas, temas desconocidos, ejercicios y meditaciones superiores, mantiene una mental y emotiva expectación en relación al agradable reencuentro.
La tradición de nuestra enseñanza, basada en un curso que dura 40 años, del cual ya hemos recorrido 15, es, por sí misma, lo bastante dinámica y siempre renovada de contenidos para mantener el vivo interés y creciente dinamismo del estudiante espiritual. Por lo cual nunca existe dificultad en presentar el, vamos a decir, nuevo plan de estudios que, generalmente, es del agrado de la mayoría.
Sin embargo, existe un factor que tiene que ser tenido muy en cuenta en cada reinicio de un ciclo de estudios. Aunque no solamente en los nuevos comienzos sino también cuando los ciclos son muy largos y no existen tiempos en los que parezca que uno se ha dado un cierto descanso en su actividad como estudiante espiritual. Se trata de los que podemos denominar la rededicación.
Cuando antaño comenzamos nuestra vida como buscadores de la verdad y decidimos hollar la senda de la espiritualidad, seriamente, con esfuerzo y perseverancia, lo hicimos, indudablemente, a partir de un impulso interno. Este impulso pudo estar envuelto de unas circunstancias difíciles, a veces experiencias dolorosas o simplemente un hastío de tanto vagar como probacionistas de mil falsos sistemas de crecimiento personal y otras fantasías frustrantes. El hecho primordial es que el impulso interior se manifestó para encauzarnos en una vía cierta de autodesenvolvimiento. Un impulso que nos llevó a dedicar parte de nuestra vida a este nuevo esfuerzo. Tuvimos que separar un tiempo semanal, y diario, para asistir a clase y efectuar las meditaciones; tuvimos que dejar otras actividades, ocupaciones e incluso viejas amistades que no facilitaban nuestra dedicación; tuvimos que dedicar ciertos recursos económicos y, a veces, que viajar pero sobre todo, tuvimos que estar atentos a que queríamos ser de otra manera, superior.
Todo esto se efectuó gracias a que decidimos “dedicarnos” a la vida espiritual y para conseguirlo dispusimos de un impulso o potencial interno que nos empujó a ello. Pues bien, en el reinicio de un curso, es recomendable buscar de nuevo ese impulso interior, esa fuerza que nos ha llevado hacia delante y que es el eje de nuestra vida espiritual. Esto se puede lograr por varios medios, pero uno muy eficaz es la rededicación.
Se trata de buscar de nuevo los motivos que nos llevaron a la vida espiritual, todos ellos, pero ahora, desde un punto de vista superior, mucho más definidos, mucho mejor discernidos. Se trata de mostrarnos la disposición que disponemos para reemprender o simplemente seguir con nuestra autodisciplina de desenvolvimiento. Se trata de hacer objetivos los medios que estamos dispuestos a seguir dedicando en esta decisión, pero, ahora, con la sabiduría de los años de estudio.
Se trata, en fin, de decirnos que estamos dispuestos a dedicar a nuestra vida espiritual nuestros más poderosos deseos – a querer que esa vida superior se exprese realmente. Se trata de decirnos que vamos a dedicar lo mejor de nuestra capacidad intelectual, lo más desarrollado de nuestro nivel emocional; que nuestras acciones serán reflejo de esta vida espiritual y estarán dedicadas a testimoniarla. Y, por supuesto, todo esto manteniendo el equilibrio y el buen hacer diario, en nuestra vida profesional, familiar, etc. que es el producto de los compromisos creados en el pasado.
Esta rededicación es el mejor plan de estudios para un nuevo ciclo y sólo el propio estudiante, en la soledad de su reflexión interna, lo puede efectuar. Así que, ahora, en este reinicio es aconsejable que efectuemos desde el corazón, como el mejor plan de estudios desplegado ante nosotros, nuestra más convincente rededicación.