ARTÍCULO DE PORTADA
El sufismo es la dimensión mística, iniciática y esotérica del Islam, que significa literalmente sumisión, entrega completa a la voluntad de Dios, en árabe Allah. La palabra ‘musulmán’ designa a la persona que hace efectiva dicha entrega. De ahí que en el Corán, libro sagrado revelado al profeta Mahoma (Muhammad), se haga la chocante afirmación según la cual Abraham, Jesús y los apóstoles, entre otros, ya eran musulmanes, puesto que habían experimentado en sus personas dicha actitud de completa entrega. Y es que el Islam no se presenta a sí mismo como una nueva y distinta religión, sino más bien como una confirmación de lo que ya había anteriormente: “Decir Creemos en Allah y en lo que se nos ha hecho descender y en lo que se hizo descender a Ibrahim (Abraham), Ismail (Ismael), Ishaq (Isaac), Yaqub (Jacob) y las Tribus, en lo que le fue dado a Musa (Moisés) e Isa (Jesús) y en lo que les fue dado a los profetas procedente de su Señor. No hacemos distinciones entre ninguno de ellos. ¡Nosotros somos, siempre seremos, buenos musulmanes, a Él sometidos!” (Corán 2:136).
Muhammad es, por ello, el último de los profetas, el sello final de la larga cadena profética iniciada por Adán, y por ello es conocido como ‘sello de la profecía’, pues cierra el ciclo profético de las revelaciones divinas que, de tiempo en tiempo, han llegado a la humanidad. Con el Islam, la rueda ha dado una vuelta completa, o casi, por eso afirma ser un retorno a la religión primordial.
Volvamos al corazón o núcleo del Islam, el sufismo. Los grandes maestros afirman que su origen se remonta a los albores de la humanidad, cuando el ser humano tomó consciencia de su relación con el Absoluto. Sin embargo, como camino místico, hay que situar sus raices en el profeta Muhammad y en la revelación coránica. En los principios del Islam, se le revelaron dos mensajes a Muhammad: el primero estaba destinado al común de la gente, y el otro, más sutil y más esotérico, se reservaba a los íntimos. En este segundo, ocupaba, y siguen ocupando, un lugar preponderante el amor, la humildad y la fraternidad.
Decimos que siguen ocupando porque este mensaje ha llegado hasta nuestros días transmitiéndose de maestro a discípulo, de corazón a corazón. Uno de estos maestros, y uno de los máximos exponentes del sufismo es, sin duda alguna, Ibn Arabi, nacido en Murcia en 1165 y fallecido en Damasco en 1240. Suya es la siguiente definición del término tasawwuf (sufismo): “El sufismo es la adhesión a las buenas maneras prescritas en la ley revelada, tanto externa como internamente. Estas buenas maneras son divinas disposiciones. Aplíquese también el término al cultivo de los rasgos de carácter nobles y al abandono de los triviales”. Y el profeta Muhammad nos dice de sí mismo: “He sido enviado para perfeccionar los nobles carácteres”. Ibn Arabi nos aclara esta misión profética diciendo que perfeccionar los nobles carácteres consiste en despojarlos de cuanto ocasionalmente pudiera envilecerlos, pues los caracteres sólo son viles por accidente, siendo nobles por esencia.
El tasawwuf o sufismo se define también como una vía que conduce al hombre hacia la Unidad. Esto implica reconocer que no hay otros dioses aparte del Dios Único, reconocimiento que es la primera parte de la shahada o fórmula ritual, por la enunciación y aceptación profunda gracias a la cual alguien se convierte en musulmán: La ilaha ilallah (no hay más Dios que Dios). . La segunda parte es la aceptación de que Muhammad es su Profeta. Si retrocedemos al tiempo del padre de las tres grandes religiones monoteistas, el patriarca Abraham, vemos que la sociedad politeísta de entonces vivía entregada a la adoración de múltiples ídolos representados por estatuas. Cuando Abraham las destruyó, reanudó de nuevo con la religión primordial de los profetas, basada en la actitud de adoración pura a Dios, sin asociarle nada. Por lo tanto, cuando se dice que el sufismo es una vía hacia la Unidad, se dice en este sentido. Se trata de llegar a esta actitud modélica de Abraham, despojándose de cualquier tendencia egoísta, por camuflada que pueda estar. En realidad, sólo existe la Unidad. Es el hombre quien crea la dualidad y hace de sí mismo una entidad separada de Dios. De hecho, Dios nunca ha estado separado de nosotros, sino que han sido nuestra ignorancia y nuestro orgullo los que han enmascarado Su presencia: “Hemos creado al hombre…, estamos más cerca de él que su vena yugular” (Corán 50:16). Pero poco a poco la adoración permitirá que vayamos levantando los velos.
Combate interior
En este combate interior reside el auténtico sentido del término jihad o guerra santa en el Islam. Un día, cuando el profeta Muhammad volvía de un combate dijo: “Volvemos de una pequeña guerra pero nos dirigimos hacia la gran guerra”. Entonces alguien le preguntó: “¿Cuál es esa gran guerra?”. A lo que él respondió: “Se trata de la gran guerra que cada uno debe emprender contra su propio egoísmo”.
El Islam es una religión basada en el objetivo último de la paz, y el sufismo es el camino que lleva a su realización. Desde este punto de vista, alejado de cualquier fanatismo, las agresiones son siempre al ego, jamás a la criatura. Hay que entender la famosa espada del Islam en este contexto, es decir, como una espada que separa la verdad de la falsedad, como la espada de la discriminación. El ser humano debe tomar consciencia de que, si no adora al Dios Único, en realidad está adorando a distintos ídolos y postrándose en múltiples direcciones. Por eso, el sufismo acepta la naturaleza humana en toda su dimensión.
El gran poeta persa y místico sufí Jalaluddin Rumi, también llamado Mevlana (Horasan 1207 – Konya 1273), nos describe al ser humano como un ser con alas de ángel y cola de burro por su libertad para escoger entre el bien y el mal. Rumi dice que existen dos inteligencias; por un lado, una negativa que siempre duda, discute y va contra la verdad, y por otro, una positiva que, por el contrario, está correctamente orientada hacia la verdad, que es una ayuda y una luz en la dirección de descubrir la faz de Allah detrás de toda la existencia.
Descubrir esa faz es aproximarse a la Unión. En sufismo, existe un tipo de meditación llamada tefekkür, que consiste en una nueva mirada sobre la naturaleza y el cosmos que, en su grado más alto, permite ver la voluntad divina detrás de todo.
En el Corán, los milagros de Muhammad no ocupan el lugar central de la escena, como pasaba necesariamente con Jesús, sino que la creación es el milagro mismo y el musulmán tiene que despertar su capacidad primordial de darse cuenta de ello. En el Corán se habla de los ‘signos’ en múltiples pasajes o versículos: “¡Cuántos signos hay en los cielos y en la tierra! Pasan delante de ellos y se apartan” (Corán 12:105). Uno de los 99 bellos nombres de Dios es en la tradición musulmana El Innovador (Al-Badi), que significa que Allah no cesa de introducir novedades en Su creación. Él crea las similitudes y las desemejanzas, dado que, necesariamente hay al menos un aspecto por el cual se distingue una imagen de su semejante, y Él es el Innovador de este aspecto distintivo. Por ejemplo, la ciencia ha demostrado que no existen dos cristales de nieve iguales, como tampoco existen dos caras humanas idénticas.
Voluntad Divina
Si no existiera una voluntad divina de introducir un aspecto distintivo en este hecho, ya se habría producido la casualidad de una coincidencia exacta. Pero no sólo en la naturaleza y en el universo existen los signos, sino también en nuestras personas: “Les haremos ver Nuestros signos en los horizontes y en ellos mismos hasta que se les haga evidente que es la verdad” (41:53). Desde esta perspectiva, el iniciado empieza a ver en su propia vida los signos que indican un propósito superior, signos que, para el no iniciado, pasan desapercibidos o se toman por simples coincidencias. Finalmente, el mismo Corán es un signo en sí mismo que apunta y revela a Dios. El significado literal del término árabe que corresponde al versículo (Aleya), significa precisamente ‘Signo’. Y es que, como decíamos, existe en el Corán una parte literal, exotérica, a la vista de todos, y una parte oculta, esotérica, asequible sólo a los que buscan con esfuerzo y guía. Pero aún hay más: esta parte esotérica contiene a su vez otra parte esóterica en su interior, y ésta segunda contiene otra tercera, y así hasta siete niveles de profundidad de significado esotérico.
Resumiendo, la función del ser humano es interpretar, como hermeneuta de las aleyas o signos divinos, los dos Libros en los cuales se manifiesta la palabra divina: el Corán y el Universo. Con esta concepción, se entiende bien la ampliamente citada hadith kudsi (palabra divina puesta en boca del Profeta) en la que Dios dice: “Yo era un Tesoro escondido y quise ser conocido, entonces creé el mundo”.
Técnica de meditación
Hemos hablado de la meditación sobre la Creación como medio de retorno a la Unidad. Pero en sufismo existe también la técnica del Recuerdo (dikr) de Dios a través de la repetición de sus bellos Nombres. Este método permite sentir cada vez más la Presencia, que como si de un sabor se tratase, no puede describirse de forma intelectual. De hecho, el sufismo se ha definido también así, como un “sabor”, porque su objeto y su fin podrían definirse como un conocimiento directo de verdades trascendentes. Sin embargo, el dikr no consiste en una repetición mecánica. Se trata de una rememoración consciente en la cual el “sabor” y el “saber” de cada nombre se renueva incesantemente en la vivencia del contemplativo gracias a la ilimitada creatividad divina. Cuando el gnóstico interioriza uno de los nombres de Dios en su corazón –órgano de la Imaginación creativa–, las cualidades del nombre se actualizan en él. Si el nombre invocado es, por ejemplo, al-Karim (el Generoso), el iniciado se reviste de las cualidades de ese nombre.
Por otro lado, decíamos que, en la lucha metódica contra el ego, el aspirante se va despojando de todo lo superfluo y perjudicial, permitiendo que las cualidades nobles aparezcan. Pues bien, relativo a ese objetivo señala el profeta Muhammad que el dikr es la herramienta más poderosa para efectuar dicho proceso: “Existe para cada cosa un barniz que quita la herrumbre; y el barniz del corazón es la invocación de Allah”. Así pues, limpiar el corazón a través del dikr y de la conducta correcta es el paso previo y necesario para que se reflejen en el espejo del alma las verdades de orden superior.
Finalmente, otra técnica ampliamente usada en sufismo es la del canto y la danza sagrada, que también se acompaña del dikr, así como de la poesía. Rumi fue el fundador de la orden de los derviches giróvagos, quienes actualmente todavía giran incesantemente en pos de la Unidad y del Amor. En su origen, el término ‘derviche’ designa a aquél que ha escogido la pobreza como ideal de vida y camino hacia Dios. El sentido auténtico de dicha pobreza reside en llegar a vivir sin deseos, o mejor dicho, con un sólo deseo: el de servir.
En su origen, los derviches iban vestidos de lana, y de hecho, otro de los significados del término ‘sufí se refiere a la persona que viste de lana, pues suf significa ‘lana’. El propio profeta Muhammad se encarga de recordarnos que Moisés iba completamente vestido de lana cuando recibió la revelación en el monte Tur (Sinaí). Por lo tanto, el derviche aboga por la sencillez en su forma de vestir, su conducta, sus palabras, su música… Por último, el derviche se relaciona con el aspecto bello de la existencia, pues es el dar una forma bella a nuestros actos y a nuestra vida aquello que permite expresar la belleza interior. “Dios es Bello y ama la belleza”, proclama el sufí. Llevando a cabo actos de compasión es como permitimos aflorar la compasión que ya existe en nosotros. Dios es el compasivo (al-Rahman) y el misericordioso (al-Rahim), pues todos los capítulos del Corán empiezan con esta sentencia: ‘En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso’ (Bismillah irrahmanirrahim).
Jordi Hairy Delcòs
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