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Extraer fuerza en la fatiga

Recientemente he recordado una frase que mi padre me decía cuando, en mi niñez, le objetaba que estaba cansado para realizar las tareas que me encomendaba: “Los cansados son los que hacen las faenas”.

Al respecto, existe también una frase de un gran Adepto, bastante popularizada, que dice así: “Nunca ofrezcas una tarea de servicio a alguien que tenga tiempo”.

A lo largo de los años de instrucción en nuestra escuela he podido observar la exactitud y sabiduría que encierran ambas sentencias. Invariablemente, los que se prestan a las tareas de ayudar altruistamente al género humano en cualquier área de servicio son aquéllos que están muy ocupados. Los que aparentemente podrían hacerlo porque disponen de tiempo libre, generalmente ¡siguen disponiendo de tiempo libre!

El que verdaderamente trabaja ocupa su tiempo en asuntos productivos y es capaz de ejecutar más labores creativas, nunca el ocioso. Este último puede hablar mucho al respecto de hacer algo, pero, en el momento de la acción no está presente.

En este punto es necesaria una llamada al sentido de ritmo y proporción y a la razonable distribución del tiempo entre el descanso, la diversión y el trabajo, pues no estoy defendiendo una entrega fanática o desmedida a las diferentes facetas del trabajo.

Estas reflexiones me vienen en relación a la dificultad en la que se encuentran, en la actualidad, los estudiantes espirituales de la tradición occidental ya que la romántica escena del samadhi –el total desapego de las demandas del cuerpo y las emociones– en la quietud del silencio y descanso en medio de un estado de paz física y de tranquilidad donde se pueda invocar al Alma, es muy difícil de encontrar en las condiciones de nuestra sociedad moderna.

Además, dada la circunstancia de que estamos entrando en la Era de la Fraternidad, la mayoría de las metodologías de enseñanza espiritual han sido adaptadas por la Jerarquía espiritual a lo que se denomina la “instrucción espiritual grupal” que desarrolla efectivamente en los estudiantes la capacidad de amar y colaborar con el prójimo.

Por estas razones, a veces es necesaria una reflexión en el análisis de la vida del estudiante espiritual que tenga presente que en la actualidad, el trabajo debe seguir adelante en medio de las vastas ilusiones del entorno; que hay que adquirir sabiduría en medio del tumulto intelectual que impera por todas partes; que se debe hallar el lugar de paz en medio del desorden; la persistencia a pesar de la mala salud y saber colaborar con la Jerarquía espiritual en el aspecto interno de la vida y del servicio circundado por el ensordecedor ruido de la existencia en las grandes ciudades.

Resumiendo, esotéricamente hablando, saber extraer fuerza en la fatiga.


¿Es él un estudiante espiritual?

Definamos primero lo que es un estudiante espiritual: Alguien que intenta desarrollar en su vida la ley del amor y dirigirlo hacia actos de utilidad a sus semejantes. Estos actos se definen en una sola palabra: servicio.

Los padres de la gran nación, la nación abanderada, de vanguardia, rica y poderosa que marca la ruta de una buena parte de la civilización de este planeta, fueron en su mayoría, estudiantes espirituales. Aquéllos que lucharon por la independencia y la libertad, que supieron constatar en una Declaración y Constitución, sus grandes principios de libertad, de igualdad y de amor al prójimo, eran mayoritariamente, individuos que a través de las obras de su vida, sus iguales los podían reconocer como tales: constructores del Templo Interior.

Varios dirigentes y líderes posteriores de esta nación han engrosado las filas de servidores de la vida que ejercen la práctica de su espiritualidad bajo las difíciles condiciones de ser la máxima autoridad de un país donde los intereses generales son muy variados. Algunos hasta han entregado lo más valioso de la existencia en esa función de servicio: su vida.

Hoy, vivimos un momento de gran expectación. Uno de entre nosotros se ha erigido como portador del estandarte de los principios que hacen a una nación digno ejemplo y digna guía del resto de las naciones. Elegido dirigente de una nación creada para cumplir precisamente esa función, pero que, a lo largo de muchas décadas, a grandes intervalos, había perdido esa noble orientación, él está allí, de pie, declarando bajo la sombra de los Grandes que él hará, que él continuará el ejemplo de los Padres de la Nación.

Los miles y miles de estudiantes espirituales, repartidos por la faz de la tierra ¿debemos verlo como un estudiante espiritual verdadero? Si lo es, a pesar de las grandes dificultades con las que se encontrará, la humanidad entera tiene la esperanza y la correspondiente oportunidad del inicio de una corriente de progreso equilibrado y hacia el bien que puede colaborar a redirigir toda una época. Si no lo es, puede ayudar a permanecer en un periodo en el que se acrecienta la oscuridad de consciencia, la pugna entre luz y tinieblas, que sólo se resolverá con una gran tensión entre evolución y oposición, manifestada en muchos sectores del la vida de las naciones y de sus ciudadanos que finalmente desembocará en acrecentamiento exponencial de los desastres que traen primariamente dolor y sufrimiento.

Él, en sus primeras acciones y declaraciones, hace y dice aquello que efectuaría un servidor de la vida. Uno de sus primeros gestos ha sido declararse “servidor” y varias decisiones avalan sus palabras. Si, en esta etapa inicial, nos basamos en esos precoces signos, diríamos que, “probablemente” lo sea. Sin embargo, para reconocer a un verdadero servidor y prestarle toda la ayuda espiritual que los servidores de la luz que todavía no han obtenido percepción directa de la realidad, son capaces de meditar es necesario seguir observando y viendo lo que él va realizando a lo largo de su mandato. El más grande de la historia occidental de los pueblos lo dijo: “Por sus obras lo conocerás”.

¡Ojalá que las grandes expectativas se cumplan! ¡Ojala que él tenga detrás de si todo el impulso de la Escuela Interna! Pero mientras, nosotros, todavía observemos, discriminemos, evaluemos y no dejemos de preguntarnos: ¿Es él un estudiante espiritual?


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